Pocas cosas en mi vida, han sido el resultado de accidentes, casualidades o "buenas suertes". Creo que lo que cosechamos es el resultado de una decisión, trabajo constante, disciplina, y por qué no, confianza en Dios (eso sí, bajo la premisa que "Dios participa en los proyectos, siempre y cuando los pongamos en sus manos, y hagamos nuestra parte.").
Sin embargo, hoy quiero referirme a esos momentos que vamos compartiendo con la gente cercana, y que se vuelven tan especiales, precisamente porque nos esforzamos en hacer que las cosas pasen. Esto no se logra por simple casualidad; hay que querer hacerlo, y trabajar o esforzarse para lograrlo. Unas vacaciones en familia, un viaje o reunión con los amigos, un café con alguien que ha estado distante, una visita al familiar enfermo, todas implican un deseo por hacerlo, y luego un esfuerzo para lograrlo, desde movernos y salir de nuestra propia comodidad, hasta invertir algún dinerito.
Somos artífices de nuestra propia vida y realidad. Aunque a veces la "mala suerte" se cruce en nuestro camino, generalmente la mayor parte de lo que tenemos y cosechamos, es el resultado de nuestra iniciativa y trabajo. Actuar en consonancia con los deseos, es lo que nos diferenciará de otros en casi todos los aspectos de la vida. Entonces, ¿por qué muchas veces no hacemos lo debido? ¿por qué no esforzarnos en multiplicar nuestros "momentos inolvidables"? ¿Se nos acaba el entusiasmo? ¿Perdemos la fe en nosotros mismos? ¿Se nos olvida que la felicidad será el resultado de lo que hagamos con nuestras propias manos? ¿O depositamos ese poder en las manos de terceros? Muchas preguntas que hoy están en mi cabeza, porque el tiempo va volando y reclama más compromiso de mi parte. Al final de cuentas, el mundo será mejor en la medida en que sea nuestra decisión trabajar por ello.
Fotografía de Irina Orellana, Tegucigalpa, Marzo 2016.
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